El alcalde de Roquetas de Mar, Gabriel Amat, encabezó la comitiva a la que siguieron cientos de vecinos

Estaba preciosa. Tras su restauración, la Virgen del Carmen de Aguadulce lucía mejor que nunca para ir en procesión con sus vecinos. El cierre perfecto para unas fiestas en honor a la patrona de la gente del mar que comenzó y finalizó con la parroquia abarrotada de fieles. Tras la salida, una lluvia de flores esperaba a la madre del Señor que, gracias a los costaleros, descendió para encontrarse con dos de sus devotos en silla de ruedas. El primer detalle de los muchos que hubo.

La Unión Musical de Roquetas de Mar puso la banda sonora de este desfile cuya comitiva encabezaban el párroco, Antonio Jesús Martín, y el alcalde de Roquetas de Mar, Gabriel Amat. Juan José Salvador se estrenaba en las fiestas como concejal delegado de Aguadulce, acompañando a la Virgen junto a cientos de vecinos que no pararon de mostrarle su cariño a lo largo de todo el recorrido.

Poco después de su salida, en la calle Guadalupe volvieron a llover pétalos sobre la figura y sus portadores. A medida que avanzaba la comitiva, la noche fue cayendo, dando intimidad a la multitudinaria procesión que serpenteaba lentamente por las calles de Aguadulce. Una vez alcanzada la Avenida Carlos III, a la Virgen le esperaba otra muestra de cariño. Juan Rafael Muñoz, creador del himno de la Virgen del Carmen, aguardaba con su guitarra para cantárselo una vez más y volver a llamarle cosas tan bonitas como “brisa de la mañana”.

Un poco antes de dejar el bulevar, la patrona de Aguadulce hizo una parada para disfrutar de fuegos artificiales. Poco a poco, mientras enfilaban la calle que lleva su nombre, los costaleros comenzaron a vitorear a la Virgen. Repetían varias veces ese “Viva la Virgen del Carmen” para, después, pasar la vez a su compañero más próximo que recogía el testigo. De esta forma, la emoción creció para afrontar el tramo final. Ya al lado de la Iglesia, se hizo una última parada para mirar al cielo, iluminado de colores.

Una vez dentro de la iglesia, y superada la difícil y tensa entrada, la Virgen se colocó frente a su hijo. Con las luces apagadas y la voz de María del Mar, del coro parroquial, se generó un momento mágico que, a buen seguro, cargó a más de uno las pilas de fe y devoción.

Guapa, guapa, guapa. Y bonita, bonita, bonita.